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El diario neoyorquino de Carmen Martín Gaite
| Publicado el 05/05/2005
Sabíamos
de la pasión de Carmen Martín Gaite por Nueva York y por los collages,
por atrapar en un trozo de papel un instante de vida, de tristeza o
fantasía. Así lo hizo entre 1980 y 1981 en Visión de Nueva York, el
diario inédito que lanzan la semana próxima Siruela y Círculo de
Lectores y del que El Cultural ofrece una pequeña muestra, en la que la
escritora narra cómo esa tarde, en Nueva York, tras recordar a su amigo
Nacho álvarez Vara, decide empezar “este cuaderno de recorte, esmaltado
de vez en cuando con algún comentario”. Porque Nueva York “es una ciudad
que no se puede captar ni transferir sólo con la pluma”. “Del follón
que es la isla de Manhattan se entera uno un poco subiendo a los
edificios altos”, escribió en unas páginas en las que tampoco olvida El
Boalo, su refugio, ni a Hopper o el tabaco (“A ver si dejo de fumar de
una puñetera vez”) o la guerra en el Golfo, que le hace recomen-
dar a
su hija “que venda el coche, deje lo de la Autoescuela y se vaya a El
Boalo a por la bici”. El Cultural incluye también algunos collages
y un artículo de Santos Sanz Villanueva , amigo personal y uno de los
mayores conocedores de su obra. Una pincelada apenas, anticipo de las
páginas que publica la revista “Yo Donna” en su estreno de este sábado.
Cuando
mi amigo Nacho [Ignacio álvarez Vara], allá por el ñao 74, quería ser
periodista, me hablaba mucho de América y me decía que New York se
parecía un poco a la Gran Vía de Madrid, y que era una ciudad que estaba
seguro de que a mí me podría gustar mucho.
íbamos a veces por la
noche a comprar periódicos al quiosco de la Puerta del Sol que está
delante de la Mallorquina, porque es el último que cierra en Madrid y
Nacho tenía una obsesión enorme con los periódicos.
Estaba haciendo una traducción de Dylan Thomas El visitante y otras historias y yo algunas tardes iba a ayudarle a su casa de Nuncio nueve, que luego yo bauticé con el nombre de “refugio para tortugas”.
Se
desesperaba mucho con la traducción y también con las montoneras y el
desorden de papeles y de cartas; siempre estaba diciendo que le comían
los libros, pero no hacía más que comprar más todos los días y no sabía
dónde ponerlos. Yo le ayudé a instalar unas estanterías de ladrillo y
también le regalé un póster de Marilyn Monroe. Más adelante le presenté a
M. ángel Aguilar. Nacho fue la primera persona que me habló de
Sallinger [sic] y también en su casa de Nuncio nueve vi por primera vez
la reproducción de un cuadro de Edward Hopper, que me impresionó mucho.
Un pintor al que luego, en mi viaje del año pasado a N. York, seguí la
pista por los museos y llegué a adorar.
Si ha salido todo esto a
relucir es porque esta tarde en New York, y unidos causalmente por la
prensa, han aparecido Ignacio y Edward Hopper (y unidos extrañamente por
la desaparición del viejo Arturo Soria, a quien conocí en el Café
Gijón, y que como Hopper y el padre de Nacho y el mío -con cuya pluma
heredada escribo ahora- ya sólo son ausencia). Estuve con Philip Silver
en la 5ª avenida y, además del New York Times Magazine, que traía un
artículo sobre Hopper, busqué algo de prensa española, porque llevo diez
días sin saber lo que pasa en Madrid. No tenían más que Cambio 16 y lo
compré. Luego estuve en la biblioteca de Columbia University y escribí a
la Torci.
Al llegar a mi apartamento de la calle 119, me puse a
mirar los otros periódicos y me hizo mucha gracia haber traido juntas en
el autobús, sin saberlo, una contra otra, la efigie de dos personas que
-dentro de mi particular descubrimiento de América- tienen tanto que
ver. Como homenaje a Hopper, y en recuerdo de Nacho, he decidido, pues,
empezar este cuaderno de recortes de prensa, esmaltado de vez en cuando
con algún comentario. Porque New York es una ciudad que no se puede
captar ni transferir sólo con la pluma, se necesitan imágenes.
Ha
empezado a llover, es de noche, tengo la radio puesta, la lluvia se ha
convertido en tormenta. Casi todas las luces de las casas están
apagadas, pero aún queda alguna encendida. Desde la soledad de mi
cuarto, los otros, a la luz de lámparas y con las siluetas fugaces de la
gente que se mueve dentro, parecen interiores de Edward Hopper. Yo
misma ahora soy como la mujer de un cuadro de Hopper, mientras pienso en
él y siento un poco de melancolía y desarraigo, comiéndome una manzana
en soledad.
American people be lonely.
De repente
sonó el teléfono y era la (¡qué voz tan maravillosa!) Torci [apodo de su
hija], dice que tiene arrepío de mí. Hemos hablado un cuarto de hora.
No tengo por qué tener envidia de Jacqueline Onassis.